martes, 2 de marzo de 2010

Saqueo


En la ficción especulativa el tópico de la catástrofe se viene repitiendo desde hace varias décadas. Guerra nuclear, cataclismo natural o cambio climático inducido por el hombre, en todas ellas se describe el descenso desde la civilización al estado de naturaleza. Subyace la idea de la artificialidad de todo lo que sostiene nuestro entramado cotidiano, sea el ordenamiento jurídico, la economía de mercado, el consumo simbólico-cultural o la elaboración de discursos.

Viendo las imágenes de Concepción y alrededores siento que mis propios discursos se despedazan. Muchos corazones buenos, liberales o de izquierda, intentan explicar qué representan esos jóvenes que atacan a los bomberos, esos vecinos armados con palos y armas hechizas. Yo no me siento en condiciones de ponderar lo que le cabe al vacío de autoridad o al sensacionalismo televisivo.

Creo ver en ese surgimiento espontáneo de los chacales y su correlato, el fascismo barrial, una demostración contundente de que nuestro orden social ha descansado durante años en una pura falacia. Si la reacción del Estado nacional centralizado ha sido criticada por tardía y dubitativa (sobre todo en recurrir a recursos de despliegue rápido como las Fuerzas Armadas), qué decir de la empresa privada, cuyos dirigentes llevan años reivindicando un rol social que hoy brilla por su ausencia. Un supermercado cerrado tras un terremoto es un crimen de lesa humanidad, un llamado al saqueo tan explícito como la ausencia de policía. Aún cuesta entender que ambos sistemas (productivo/comercial + seguridad) no se hayan comunicado siquiera, no digamos a tiempo.

Hace años que Marcelo Mellado me viene hablando del infierno en que vive el Chile profundo, el Chile provinciano, travestido por las fuerzas del darwinismo de mercado, el oportunismo político y la herencia negra de la dictadura. Años, según mi amigo, en que los caciques y operadores locales han saboteado y boicoteado todo atisbo de sociedad civil organizada, toda iniciativa que no sea patrocinada por ellos y sus cúpulas. Eso explica la ausencia de organizaciones intermedias que hubieran podido enfrentar esta catástrofe con dignidad. Es otro pasivo de la Concertación que emerge con toda su crudeza, la de ver a los chacales en acción.

¿Y qué decir de ellos? Alteridad pura, otredad irreductible, hoyo negro del cariño, de toda regla que no sea la supervivencia básica, animal. Hijos de la noche sin poesía, hoy visibles a la penosa luz del día.

El escenario ambiental para las próximas décadas es catastrófico; la ola que se tragó el litoral maulino y penquista puede llegar a ser permanente. Se producirán nuevos terremotos, nuevas olas, y yo me pregunto si las enfrentaremos con este capitalismo subsidiario sin densidad simbólica ni capilaridad social, que a la primera gran prueba se ha caído como un castillo de naipes.