domingo, 6 de mayo de 2012

Je t’aime, moi non plus


Hace poco volví de Brasil de madrugada. Tomé un taxi y el chofer tenía la radio encendida en la clásica balada erótica de Serge Gainsbourg. Te Amo, yo tampoco. El sol apenas despuntaba en la cordillera cuando los gorjeos orgásmicos de su pareja de entonces, Jane Birkin, llegaron a su clímax. Francia no solo es el país del glamour, la moda, la alta costura y el marqués de Sade.

Siguiendo la terminología de Benedict Anderson, Francia es una de las primeras comunidades imaginadas, la primera construcción discursiva de una nación de iguales, reunidos bajo una misma legalidad y un conjunto simbólico de imágenes y signos. Al punto de defenderlos militarmente.

El impacto de este discurso republicano-secular llegó a todos los rincones del mundo e imantó la voluntad de individuos como mi abuelo materno, un profesor de estado nacido en 1918 y quien, en 1951 viajó a París, la ciudad que no acaba nunca, para estudiar el idioma de la modernidad y del positivismo.

Yo tenía 15 años y cursaba el primer año de secundaria en la Alianza Francesa de Viña de Mar la última vez que Francia cambió de signo presidencial desde el hemisferio derecho al izquierdo. Eso fue hace casi 31 años, tiempo suficiente para un comentario que es también un compendio de recuerdos. Por ejemplo, la enigmática conferencia de José María Navasal, el comentarista de política internacional de Canal 13 en ese entonces, días después del triunfo de François Mitterrand en las urnas.

No recuerdo el detalle de la conferencia; supongo que Navasal venía a darnos argumentos para que no fuésemos estigmatizados como el colegio socialista de la ciudad, y para que no cayésemos en el terror (y el error) de temer la llegada del “caos marxista” a París. Navasal nos dijo que existía ya algo llamado Comunidad Económica Europea, que le imponía a Francia ciertas responsabilidades y compromisos como, por ejemplo, no pasarse a la órbita soviética, la fórmula que los adolescentes de ese entonces debíamos asociar el Mal Absoluto. Francia era Francia, nos aseguró Navasal, y lo seguiría siendo.

François Hollande ha repetido la hazaña de Miterrand prácticamente con el mismo porcentaje de votos, 51% y fracción. Un detalle no menor, considerando la desaparición del Partido Comunista como fuerza relevante del paisaje político. Y esa Comunidad Económica que en 1981 era apenas un proyecto hoy es una unión monetaria en crisis.

Las diferencias entre 1981 y 2012 no terminan ahí. Basta contrastar los debates presidenciales. El debate civilizado y racional entre Miterrand y Giscard d’Estaing, vs el debate agrio y descalificador entre Hollande y Sarkozy. El hecho que en 1981 aún se hablara de “clase trabajadora”, en contraste con los temas dominantes de 2012: “poder adquisitivo” e “inmigración”.

En su discurso como presidente electo Hollande no mencionó una sola vez a Mitterrand. Ni a León Blum, ni a Mendès-France, ni ninguna otra tradición izquierdista. Ni menos a Ángela Merkel, la dominatrix de Europa. A diferencia de Mitterrand, Hollande no subió al podio con un clavel rojo, y dio su discurso de la victoria junto al tándem formado por el tricolor republicano y las 27 estrellas de la Unión Europea. Hollande no trae consigo un programa de nacionalismo económico sino un mandato para enfrentar la ortodoxia liberal, aquella que encarnan Merkel y su vasallo Rajoy, según la cual la crisis europea es responsabilidad de la dadivosidad socialdemócrata y no de la permisividad de los mercados financieros.

Mitterrand intentó tres veces la presidencia y a la cuarta lo logró. Hollande llegó de rebote, tras la caída en desgracia del fauno Strauss-Kahn. Mitterrando era un hombre de la guerra, de Vichy y de la IV República, un paranoico y un micromanager. Un manipulador lleno de dobleces, que escondió durante décadas un cáncer terminal y una hija natural. Hollande es Monsieur Normal. Un funcionario del partido.

Mitterrand llegó con el slogan de cambiar la vida. Hollande llega para conservarla tal como un francés promedio la concibe: salud y educación gratuitas, subsidio de desempleo, etc. Un conservadurismo republicano enajenado por las gestos nuveau riche de su predecesor y por la idea de que el ciudadano debe pagar por los excesos del banquero.

Dicho esto, Francia está atrapada en una dinámica demográfica y social de difícil gestión. No es que Sarkozy haya precisamente reducido el Estado. “Es ahora”, rezaba el slogan de campaña de Hollande. Un ahora dudoso y crispado por la necesidad urgente de financiar, con actividad económica real, esas prestaciones y servicios a los que tienen derecho no solo los ciudadanos franceses, sino todos aquellos que pisan el suelo de la república. La igualdad y la fraternidad son caras, y la libertad tiene un precio concreto. Francia ya no tiene un banco central ni menos la holgura fiscal que le permitió a Mitterrand nacionalizar la banca y la industria pesada. Las ambiciones de Hollande son más modestas: en el fondo son conservadoras.

2 comentarios:

  1. Un comentario adecuado, y conciso de lo que es Francia hoy!. Como siempre don Carlos, le "pega el palo al gato".
    Un abrazo

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