
A medida que crecemos y nos civilizamos, los recursos que sostienen la vida y que siempre hemos dado por sentados dejan de serlo. En mis tiempos de economista serio recuerdo haber estado en un seminario variopinto y multisectorial, en que una señora del INN (Instituto Nacional de Normalización) decía ya por aquellos años (2002 o 2003, si mal no recuerdo) que el agua se va a acabar. Yo no lo podía creer. La señora aquella, una ingeniera mayorcita, cero asomo de coquetería, nerd a más no poder, estaba allí para hablar de cómo el mundo que habitamos es viable porque todos los sistemas legales del mundo se han puesto de acuerdo para estandarizar los anchos de las calles, las dimensiones de un water, las alturas de los postes y todas las certezas que nos permiten circular por la ciudad sin morir en el intento. Y el agua potable, claro, es un estándar. Cuántos minerales y metales pesados, cuánto cloro y cuánta a materia orgánica, etc.
La sacamos de los ríos y de los lagos, porque desalinizar el agua del mar es total y absolutamente inviable desde un punto de vista económico. La ONU ha definido que 60 litros diarios es el mínimo que requiere un ser humano para hidratarse, lavarse, limpiar y cocinar alimentos, etc. Pero resulta que en países como EEUU el consumo per cápita asciende a 600 litros. Hay muchas piscinas en ese país, y se dan paradojas como la de Phoenix, Arizona, ciudad desértica donde el uso de piscinas y jacuzzis es una suerte de derecho aspiracional, en especial de los jubilados que constituyen una proporción significativa de la población. Arizona, cuyas cuentas fiscales (ya lo hemos dicho) están por los suelos y pronto se podría declarar en bancarrota tal y como la República Argentina hace algunos años.
Y ojo que Chile es uno de los paraísos en lo que a agua dulce se refiere. Gracias a la cordillera, los lagos y nuestro crecimiento demográfico relativamente bajo control, estamos en una situación privilegiada. Pero de pronto ocurren cosas como la de Chaitén y una comunidad determinada se queda sin viviendas y sin agua. ¿Y a quién recurrimos? Pues al ejército argentino… No es chiste, esta antigua mafia de torturadores antisemitas y anticomunistas se ha reciclado últimamente y de manera notable en una organización destinada a proteger los recursos vitales de la nación. Los argentinos nos mandaron a unas milicas lanas, potentes, geógrafas de profesión, que rápidamente y con la tecnología pertinente identificaron las principales napas de la zona. Así los chaiteninos tuvieron agua hasta que la evacuación se hizo impostergable.
Argentina tiene muy claro que por su territorio plano sufrirá alteraciones dramáticas en un escenario de cambio global climático. Ni la ONEMI, ni nuestros milicos, con todo lo empeñosos que son, tienen ni la más remota idea de cómo obtener agua en situaciones de crisis. Si el nivel del mar sube, como parece que lo hará dentro de las próximas décadas, tendremos que evacuar las costas y relocalizar a un tercio de la población. Y tendremos que sacar agua de alguna parte. Y, ojo, que el agua está privatizada… La minería se traga el agua del norte, la hidroelectricidad, la del sur. La agricultura, las ciudades: agua y más agua. No es sólo un tema de cuánto nos sale la cuenta mensual. Por favor, eso es un pelo de la cola.