miércoles, 27 de julio de 2011

La Decadencia del Imperio





Hace ya más de tres años, cuando la crisis subprime recién comenzaba a manifestarse, compartí mesa con Bernard Litaer. Este economista belga, funcionario del banco central de su país, fue uno de los arquitectos de la moneda conocida hoy como Euro. Políglota, ducho en mitología y arquetipos (a ratos oírlo era como estar frente a un Jodorowski economista) Litaer dijo en aquella ocasión: si las cosas se ponen muy mal, los norteamericanos van a revocar la convertibilidad del dólar y adoptar una moneda interna a la que los extranjeros no tendrán acceso: como lo era el rublo en tiempos de la Unión Soviética o el renmibi chino de hoy. O sea, una expropiación en regla a todos los que han comprado bonos del tesoro.

El pronóstico está por verse, pero tiene el mérito de haber anticipado lo que hoy estamos viviendo: la inminencia del default fiscal más grande de la historia, o un peldaño más hacia el fin de la hegemonía mundial estadounidense. Si de aquí al lunes no se llega a un acuerdo aunque sea transitorio, pasará lo primero, con sus consecuencias colosales sobre los equilibrios financieros globales, pues los bonos del tesoro estadounidense son el troncal del sistema financiero mundial. Si bajan de peldaño en el “sello de confianza” de las calificadoras, habrá un efecto dominó en todo el planeta. Implica para otros Estados, fondos de pensión, aseguradoras y grandes bancos perder su sostén básico en términos de riesgo financiero, el que permite obtener liquidez inmediata para pagar las obligaciones básicas. Todos estos actores deberán reequilibrar contra el tiempo sus carteras. Los bancos tendrán que reacomodar sus ratios de deuda, recalcular los encajes, deshacer contratos de derivados, y un largo etc.

Para EE.UU implica que interrumpir la cadena de pagos desde el corazón mismo, el gobierno federal. Tal y como ocurrió en Argentina hace ya una década. Eso y un alza de tasas de interés en momentos en que la reactivación aún es débil: la doble caída recesiva que arrastrará a aquellas economías que dependen de que los estadounidenses cambien su Toyota todos los años, descorchen toneladas de Veuve Cliquot para thanksgiving o renueven el lazo con la creación en Macchu Pichu o Torres del Paine.

Será también un punto de inflexión institucional para EE.UU. La comparación parecerá odiosa a moros y cristianos, pero la situación actual de Barack Obama tiene más de un parecido con la de Salvador Allende. Salvadas las distancias (enormes, lo reconozco), ambos se enfrentan a un parlamento dominado por opositores que no solo no están dispuestos a negociar salidas políticas de emergencia, sino que ven en él la encarnación de un mal metafísico (de ahí lo anterior). El bochorno institucional cuenta menos que la defensa de la fe en un Dios que sabe poco de finanzas. El juego de suma cero (the suckers dilemma) se impone a la cordura y opaca a los partidarios de una ética de resultados, los pragmáticos de Max Weber.

Los republicanos no solo no saben sumar (tuvieron que rehacer su propuesta porque los números no cuadraban) sino que además no saben historia. Al reventar las cuentas federales, obligarán a los estados a buscar salidas de emergencia. Yo, en mi condición de economista marginal, no descartaría que hagan lo mismo que Argentina: emitirán patacones, pseudo dólares y/o monedas complementarias para pagarle el sueldo al bombero, al policía, al jubilado y al profesor secundario, y evitar el incendio social.

jueves, 14 de julio de 2011

Cuatro cerditos y un cerdote

La economía, o más bien los economistas, son muy proclives a hacer aseveraciones seudocientíficas, soportadas en complejas regresiones y cálculos econométricos para ir en apoyo de la ideología del poder corporativo. Uno de los más conocidos es que el salario mínimo produce desempleo y perjudica a los trabajadores jóvenes y menos calificados y a las Pymes. Un poco de historia: el concepto de salario mínimo fue incubado en Australia a fines del siglo XIX. Eran salarios mínimos sectoriales y, poco después Nueva Zelanda creó un salario mínimo nacional. Que se sepa, ni los trabajadores de la lana eran particularmente cañificados (sí muy sindicalizados), ni el mecanismo perjudicó el avance de estas dos naciones hacia el desarrollo económico: hoy nos superan en todo.

Y claro, la oferta y la demanda de trabajo no son únicas, se comportan de manera diferente por sector y de acuerdo al ciclo económico, el drama de las pymes es no tener acceso al crédito, etc. Por eso resulta tan pertinente para todos (y rentable para sus impulsores), lo que hace Steven Leavitt, aquí analizado por Pablo Tromben.

Pero sigamos con los mitos. Que liberalizar el sector financiero iba a mejorar la asignación de recursos, favoreciendo los mejores proyectos. Que levantar las trabas a la construcción iba a abaratar el precio de la vivienda. Combinadas, estas dos caras de la misma moneda (devaluada) produjeron un entuerto del que ni Europa ni EE.UU parecen capaces de salir. Es que el tamaño de los swaps y derivados financieros llegó a adquirir tal magnitud, los incentivos tan perversos y equívocos, que hoy hacer adelgazar a cerditos es sinónimo de sangre, sudor y lágrimas, especialmente para de cuatro Europeos (Portugal Ireland Italy Greece & Spain) y un gran cerdo de Kentucky, cuya casita subprime se desmoronó con el viento.