viernes, 27 de mayo de 2011

Medios mediocres

Es difícil explicar el estado actual de la prensa y de la TV abierta chilena solo por motivos económicos. En los noventa se gastaron ríos de tinta para explicar porque la prensa estaba concentrada en dos edificios equidistantes de la geografía de la capital. El conservadurismo ideológico de los anunciadores era un factor, se decía. El otro era el cinismo de los ideólogos de la Tercera Vía, convencidos de que la transición se manejaría mejor con medios “serios” de centroderecha que con medios díscolos de centroizquierda. Confirma la hipótesis el hecho de que los promotores de esta política se dedicaron después al lobby, por esencia el negocio comunicacional menos transparente que existe.

Un medio escrito tradicional es una productora de contenidos, con un modelo mixto de avisaje (comercial, clasificados), suscripción y venta en quiosco. Toma años formar una marca y recuperar el capital. The Guardian, New York Times o Le Monde son marcas maduras que enfrentan con holgura el cambio de plataformas y el envejecimiento de los lectores del papel. Incluso El País, el más joven de todos, porque nació subsidiado por el grupo Santillana y los calores de la transición española.

Pero América Latina es un caso distinto. Todos los países pasaron por dictaduras que cerraron medios de izquierda, asesinaron periodistas de esta tendencia y negociaron con los conglomerados de la prensa conservadora-liberal. De hecho, durante la crisis de 1982 el poder militar chileno salvó a El Mercurio y Copesa con préstamos blandos. Las transiciones, por lo tanto, tenían que hacerse con ellos o con ellos. Con Clarín, Estado de Sao Paulo, Folha, El País (de Uruguay) y El Mercurio, cosa que leyeron al pie de la letra los tecnócratas chilenos de 1990. Pudieron haber ejecutado los compromisos bancarios de ElMer en el Banco del Estado, o volcado millones de dólares de publicidad estatal a los medios que los llevaron al poder, creando un polo comunicacional afín. Pero lo consideraron riesgoso. El Mercurio y la papelera había derrocado a Salvador Allende, la ética independiente y purista de una prensa de izquierda hubiera sido un dolor de cabeza. Y El Decano, gustoso, cumplió con su parte del trato: dosificó la ira mainstream contra la delincuencia y el liberalismo moral, repartió con pinzas las columnas de opinión. Acusarlo de ser un medio opositor sería injusto. En cuanto a los progresistas que le salvaron la vida, terminaron ocupando sillones en directorios.

En la última década se ha dado otro fenómeno en toda América Latina que explica por qué los medios tradicionales son el remedo de lo que fueron alguna vez: la nueva clase media. Primeras generaciones con educación y empleo formal, con referentes culturales básicamente futbolísticos y televisivos.

El Boston Consulting Group, uno de los referentes de la estrategia empresarial en el mundo, dividió los productos en cuatro categorías según su participación de y ciclo de mercado que ocupan. Ser el líder de un mercado estancado no es lo mismo que ser segundón en otro que crece. Por esto la lucha económica entre El Mercurio y Copesa no se juega entre sus buques insignia, sino entre La Cuarta y LUN. Tal como entre TVN, 13, Mega y Chilevisión no son las noticias, sino el Show o Reality que viene después. Miles de personas se quejan diariamente en las redes sociales de que el noticiario central dedique minutos enteros a la delincuencia sin contexto o a la miscelánea (el día del completo, los uniformes escolares). El solo hecho de estar viendo estos contenidos valida su pertinencia financiera para el medio. Solo una caída sistemática de audiencia podría augurar cambios, pero como eso no va a pasar...

viernes, 13 de mayo de 2011

Hidroaysén












Por la ventana de su departamento Economista Marginal ve cosas interesantes. Ve, antes que nada, el cerro Santa Lucía, enclave verde en medio de los edificios del centro. A los pies del cerro, en un lugar poco visible, hay un trozo de piedra tallada en el que alguien escribió: NICOLÁS PALACIOS, “RAZA CHILENA”

A veces se ven cursos escolares, tours de brasileños de tercera edad, hinchas que regresan del estadio. A veces se ven cosas del todo inesperadas, como los cientos de jóvenes que pasan aplaudiendo, coreando tambores y coreando consignas contra Hidroaysén. El tráfico está detenido y algunos automovilistas tocan sus bocinas sumándose al movimiento de masas.

Esta deja vu también es algo nuevo. Nada similar ocurrió cuando se aprobó la hidroeléctrica Ralco.

Eduardo Bitrán publicó en El Mostrador un análisis frío y ponderado sobre el tema. Califica a las hidroeléctricas como “mal menor”. Es un problema de potencia a firme, la única que puede alimentar la demanda punta del invierno y no dejar el país a oscuras. A su vez, alimentar al sistema genera externalidades como el CO2, cuyas emisiones el gobierno chileno se comprometió internacionalmente a reducir un 20% al año 2020. Las ERNC existen pero tienen desventajas de costo, y la energía nuclear no estará disponible en los próximos 15 años.

Bitrán, quizá el funcionario técnico más sólido que tuvo la administración pasada, va armando las capas del modelo, asume escenarios e introduce cifras. El resultado es un déficit de energía que deberá cubrirse de alguna manera. Una buena cantidad de MGW para que en los próximos años las personas (usted, yo) podamos cargar nuestros aparatos, encender nuestras estufas y calentadores de agua. ¿Cómo los quiere? ¿Con o sin C02? ¿A $92,2 el Kw/h* o a 238? ¿Con un límite de consumo invernal de 350 Kw o 100?

Según las estimaciones de Bitrán, si optamos por energía solar, el sistema deberá cubrir unas 100 mil hectáreas con paneles solares, o sea, tres veces la superficie de Santiago, en el desierto de Atacama: es donde hay más sol y la hectárea de tierra vale menos. Entonces los jóvenes que pasan frente a la placa de Nicolás Palacios ya no gritarían “¡Patagonia sin represas!”, sino “¡San Pedro de Atacama sin paneles!”

Todo esto lo contempla Eduardo Bitrán dejando a un lado toda emoción (por cierto, no es Max Neef). Incluso considera la eficiencia energética, la posibilidad de que la energía solar baje de costo y muchos chilenos inviertan en sistemas domésticos. No tiene error conceptual alguno porque es un ingeniero de la U. de Chile, y no lo creo capaz de mentir: con esos números (discutibles como supuesto), el resultado es ese y punto. Pero por venir de donde viene, Bitrán piensa dentro de la caja, en el horizonte de posibilidades de la economía neoclásica y el keynesianismo, el mix oficial del progresismo político chileno. Por eso merece que respondamos su planteamiento más directo: “los que se oponen a la energía nuclear, la energía a carbón, la energía hidroeléctrica en el sur austral están diciendo que Chile tiene que bajar su crecimiento a menos del 3% al año, con las implicancias sobre empleo e ingresos familiares, a favor de conservar paisajes naturales. Esto significa que no llegaremos nunca a ser país desarrollado.”

Y este es el meollo del asunto: ¿cuánto está Ud. dispuesto a pagar no solo por el desarrollo, sino por ese desarrollo? No solo en términos de su cuenta de la luz. Dicho de otro modo, ¿es el crecimiento sobre el 3% la receta? ¿Un 3% con o sin flexibilidad laboral? ¿Con un royalty minero como el de Canadá? ¿Con una tributación como la de las islas Caimanes? ¿Con subsidios o chorreo?

Aunque la protesta contra Hidroaysén se base en emociones, es un ejercicio de ciudadanía de un valor inestimable. Lo ideal sería que el gobierno siga cometiendo error tras error, y el movimiento gane masa crítica. Porque debiera desembocar, tarde o temprano, en una discusión profunda y radical acerca del modelo económico, ese que Bitrán da por supuesto inamovible.

Respecto de Nicolás Palacios, que ya se ha quedado solo a los pies del cerro Santa Lucía (iluminado con potentes focos) tres cosas: fue un hijo de la provincia de Colchagua, murió en 1931 y publicó una extraña teoría racial acerca del pueblo chileno.

* Calculado según cuenta de Chilectra del 09/05/2011