Economista Marginal parte a su misión más compleja: asistir a la Conferencia Mundial de Cambio Climático en Cancún.
¿Como encontrarle un sentido narrativo a la cacofonía de voces, posturas e intereses de un encuentro así?
Hace un año las naciones del mundo no pudieron producir un acuerdo vinculante para reducir las emisiones de carbono. Anticapitalistas, emergentes, grandes potencias, islitas del pacifico que desaparecerán si no se hace algo, los intereses de unos y otros chocaron y el juego sumó cero. Claro, se habían reunido en Copenhague, bella y fría ciudad luterana. Tal vez ahora, bajo el sol del Caribe, el ánimo sea mejor. Además, ya no irán jefes de Estado sino ministros que llevan casi seis meses bajando las expectativas. Partiendo por la jafaza ONU en estos temas, la costarricense Christiana Figueres, que dejó a todo el mundo helado en la ultima conferencia en Bonn al decir: “No habrá un acuerdo vinculante mientras yo este viva”.
Es el peor de los momentos para discutir estas cosas. Europa esta en crisis, China le tira la pelota e Estados Unidos y Obama tiene a los escépticos como mayoría en la cámara. Como las decisiones se toman por unanimidad, bastan dos o tres disidentes para que no haya acuerdo, papel que cumplió en Copenhague el grupo ALBA.
Para colmo la ciencia del cambio climático quedo coja (léase perdió legitimidad) por el escándalo de los e-mails. Un servidor de una universidad británica divulgo correos privados de investigadores que dudaban de las cifras
Parece que una de las discusiones clave será la de los bosques. Los países que tienen árboles cuentan con una moneda de cambio y pedirán plata para cuidar sus bosques. Pero póngase en el lugar de Arabia Saudita, un país rico que solo exporta un combustible fósil, y que no tiene un solo puto árbol. Póngase usted en el caso de Kiribati, una nación soberana de 98 mil habitantes, que quedara totalmente sumergida si el nivel del océano pacifico sube 2 o 3 metros durante el próximo siglo. A Kiribati solo le queda negociar una cuota migratoria de sus ciudadanos (tan poquitos que Australia podría hacerse cargo) o bajar el telón, si Bolivia no torpedea un acuerdo que no sea 100% del gusto de Hugo Chávez (que comparte intereses con los sauditas). Póngase usted en el caso de Dinamarca, un país desarrollado y 90% eólico (o sea, con una holgura de bonos de carbono que ni te explico). Póngase usted en el lugar de Brasil, que tiene biocombustibles y árboles. Póngase en el lugar de Bolivia, que por primera vez en su historia ve su mediterraneidad no como maldición si no como arma política: no tiene nada que perder si el Pacifico sube y borra a Arica, Iquique, Tocopilla y Antofagasta del mapa.
Estas contradicciones no se zanjarán en Cancún, pero algún tipo de acuerdo o de preacuerdo debiera surgir. Y apostaría porque en estos momentos las delegaciones ya afinan sus estrategias, los tecnócratas sacan sus cálculos, los periodistas sueñan con la cuña ideal, y Economista Marginal prepara su maleta, sus lentes de sol y mucho bloqueador solar.
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