¿Qué llevó a la centroderecha peruana a levantar tres candidaturas que no llegaron a ninguna parte? La soberbia, la fe ciega en la cifras macroeconómicas y, como dice el muy lúcido Farid Kahhat, la falta de cultura teatral de la élite, que solo conoce la tragedia y, más encima, confunde siempre a los personajes.
“En San Marcos hay demasiados cholos”, dice el padre de Zavalita en un diálogo memorable de Conversación en la Catedral. Su autor es hoy adalid del statu quo, pero hace cuarenta años tenía propuesta y visión. Y compartía claustro con el padre de Ollanta Humala. Sí, están los cholos y los indios, los zambos alejados del oropel, las comunidades andinas que se están quedando sin el agua que succionan las grandes mineras, y un largo etcétera de agravios cuya única expresión concreta es el voto.
Ríos de tinta corren acerca del singular sistema de partidos (o más bien de no-partidos) de nuestros hermanos. Quiero más bien centrarme en la metástasis común a las democracias de mercado, en las cuales la asignación de recursos es eficiente y aparentemente racional, pero el sistema de políticas públicas atrozmente cortoplacista.
No hay político ni gobierno que no abogue por las pymes. O que declare su férreo compromiso en la lucha contra las drogas y la delincuencia. Aunque el sujeto de marras, actor de un espectáculo de masas, declare su más estricto apego a la ética judeocristiana, la intimidad es más compleja. Oh, naturaleza humana, consume drogas, tiene amantes y, en las votaciones relevantes, se abstiene discretamente para que se forme otro oligopolio bancario. Y si se declara progresista, heredero de tradiciones sindicales y obreras, no se sorprenda de sus tratos privados con los mismos oligopolios e intereses corporativos que suele denostar en público.
Ocurre en nuestras economías emergentes católicas, y en la propia Babilonia protestante de mercado, donde las armas de fuego y la libre expresión son derecho constitucional.
Desde que el sonriente Ronald Reagan conquistó los corazones de la América profunda hace ya treinta años, la desigualdad y su correlato, la concentración del ingreso, no hacen sino aumentar en el mundo. No es solo que las rentas de capital aumenten más que los salarios; o que el discurso de la eficiencia y la externalización se traduzcan en un crecimiento económico sin creación de empleos. Si usted no está en la creación de valor a través de la magia de las finanzas, el deporte de alta competencia o la entretención masiva, lo más probable es que jubile de manera modesta y tenga severos problemas para comprarse los remedios para la osteoporosis, o arreglar esos dientes descalcificados que su seguro de salud no le cubre porque su caída es un lamentable dispositivo de la evolución para que los viejos cedan paso a los jóvenes. Eso por no hablar de su salud mental, que se reembolsa de manera tan austera como los subsidios a la educación.
Los liberales le dicen que, oh sorpresa, usted tiene la libertad de elegir entre un servicio estatal decadente y otro privado lleno de promotoras, vendedoras y call centers: eduque a su vástago de acuerdo a su conciencia, cristiana o agnóstica. Es cosa suya. Venga y pague. Firme el pagaré.
El neoliberalismo es hijo de la teoría económica neoclásica. Determinación de precios, producción y distribución del ingreso en mercados de oferta y demanda, mediados por la maximización de beneficios, la información disponible, la limitación de los recursos y la teoría de las decisiones racionales. Un pensum complejo y tan elaborado como la teología cristiana, y no menos basado en la fe.
Como toda racionalización, compendia y sistematiza los atavismos de la especie: usted primero, segundo y tercero. Usted antes que el otro perdedor que le antecede en la fila. Pero su gran enemigo no es la izquierda nostálgica o Al Qaeda. Es la demografía: las sociedades que han alcanzado el ideal capitalista operan con costos de tal magnitud que tener muchos hijos es un mal negocio. Ergo, la población económicamente activa se estanca y los únicos que la alimentan son los inmigrantes, esos convidados de piedra que diluyen la pureza de la raza, y las minorías religiosas.
Lo paradojal del caso peruano es que el modelo se está contradiciendo antes de dar sus frutos en plenitud. Nación de emigrantes antes que de inmigrantes (al menos en el último cuarto de siglo), que aún no entra en la transición demográfica, donde la raza es mixta y, sin embargo, sigue siendo discurso. Keiko tiene pasivos políticos de magnitud, ¿pero cabe negarle su derecho a la peruanidad? Sintomático el caso del derrotado PPK, un gringo con pasaporte al día, que contribuye al partido republicano de Palin. ¿La única forma de apropiárselo que encontró la cholada adicta? Agarrarle los testículos.
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