lunes, 17 de octubre de 2011

Crisis y tapas




Leer el Financial Times en un barcito de Chueca, en Madrid, hace a cualquier economista sentirse cool. Incluso a un economista marginal.

A menos de una semana de la reunión de jefes de gobierno decidirá el futuro de la UE, el aspecto de la capital española es más bien saludable. Nada que ver con Buenos Aires en diciembre de 2001, que economista marginal visitó a días del corralito. Aquí los bares siguen llenos de domingo a domingo, y calles atestadas de turistas reventando sus euros. Incluso la multitudinaria protesta de los Indignados en la Puerta del Sol, el sábado, parece más bien un síntoma de buena salud que de enfermedad terminal. El cabreo del español es irónico y juguetón, la policía mira pero no interviene. ¿Será por la presencia notoria de familias y adultos mayores? ¿Por no dañar la imagen de España ante los miles de turistas que abarrotan las calles y de los cuales vive el país? Si bien hay banderas republicanas y carteles con frases como “Señores del Senado, el coño me tienen mareado”, la multitud se dispersa sin incidentes cuando los organizadores así lo solicitan. Y venga, nos vamos de copas.

La noche misma del encuentro, un grupo de okupas se tomó el abandonado Hotel Madrid e instaló un cuartel de propaganda regido por la democracia directa. En la puerta tapiada del establecimiento colocaron carteles con sus “resoluciones de asamblea”, todas de un sentido común y una civilidad que arrancarían pifias de sus émulos latinoamericanos: no dañar los locales, negociar con la policía en caso de desalojo y, si media resolución judicial, salir en paz y sin violencia.

Sin el aparato disciplinario ni las desigualdades sociales de América Latina, el español no parece inclinado al reclamo agrio, ese que sale de un pecho repleto de agravios personales y tribales. Una carrera universitaria (pregrado) cuesta en España unos seiscientos euros. Eso por el lado de los activos. Porque por el de los pasivos está el peso creciente de las pensiones, la escasez de agua (el desierto avanza sobre Madrid) y el peso de una administración pública anquilosada y corrupta. A las obras públicas sobrefacturadas se suman las que nunca se terminaron o que se hicieron por mero capricho: hoy son elefantes blancos. Eso y las miles de familias que se endeudaron durante la burbuja inmobiliaria. Algo que no pasa ni en Chile ni en EE.UU: al moroso lo echan de la propiedad pero no le cancelan la deuda. Te quedas sin trabajo y con medio millón de euros en contra, macho.

¿Y qué dice el FT de toda esta indignación planetaria? Cosas sorprendentes como que los políticos cambian de discurso, incluso algunos republicanos en EE.UU, y algunos personajes de la city de Londres y de la bolsa de Tokio muestran su simpatía y comprensión hacia el movimiento. Tiempos raros, ¿no?

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