sábado, 3 de marzo de 2012

Dos imágenes





Aysén y Castro, dos imágenes relacionadas de un modo directo y casi siniestro.

Los habitantes de Aysén, una remota ciudad ubicada en la Patagonia chilena, se toman un puente en protesta por el precio de los combustibles. La respuesta gubernamental es básicamente policial.

A algunos kilómetros al norte, una inmobiliaria construye un enorme centro comercial que modifica radicalmente el paisaje natural y el singular urbanismo de Castro, en la isla grande de Chiloé. Son parte del mismo relato: la loca geografía chilena y la imposibilidad de integrarla en un sistema económico y político coherente. La respuesta policial de Aysén se complementa con la respuesta de mercado de Chiloé. El centro comercial se instala en la colina más prominente de la ciudad, antes que el hospital público o el campus universitario, de manera más ostentosa y simbólicamente avasalladora que los sistemas de conocimiento y cuidado de la salud. Incluso más contundente que la tradición representada por la iglesia y la arquitectura patrimonial.
La pregunta obvia que sigue es cómo estas decisiones adquieren una velocidad y una fluidez superiores a la de cualquier bien público. Una velocidad solo inferior la del desplazamiento de las fuerzas especiales para sofocar la revuelta ciudadana de Aysén.

Tiene que ver con la particular combinación sistémica del país. República unitaria donde la única centralización verdadera es la del Ministerio del Interior y su policía militarizada, Chile se ha convertido en un paisaje marcado por un Estado subsidiario y unos gobiernos locales cooptados y supeditados a los intereses inmobiliarios. Como la Rusia zarista, tiene su Siberia, su desierto de los Tártaros y sus ciudades Potemkin. Como el resto de América Latina, tiene una democracia formal y unos mercados distorsionados por la colusión y el tráfico de influencias.

El mall de Castro ha tenido más visibilidad y repercusión (¿gracias a la mitología chilota?), que el de San Antonio, ubicado a apenas cien kilómetros de Santiago, o que los silos que construyó la empresa Agrosuper en esa misma ciudad, a metros de un barrio residencial. La destrucción del borde costero de San Antonio importó menos que el mall de Castro por la simple razón de que, para efectos prácticos, el puerto está más lejos que Chiloé en el imaginario nacional, más aislado espiritual y simbólicamente que Aysén.

Ahora nos toca asistir al levantamiento de centros comerciales y hoteles en toda la loca geografía. En el borde costero de Valparaíso, en Rapa Nui, San Pedro de Atacama y Puerto Natales. Y es normal: no producimos nada aparte de materias primas y paisajes.

2 comentarios:

  1. producimos, además, ilusiones: las del desarrollo instantáneo por revoluciones instantáneas... Reforma agraria de macetero, comunitarismo, socialismo a la chilena, neoliberalismo de laboratorio, crecimiento con equidad dirigida por doctorados cosmopolitas o "la nueva forma de gobernar". ¡Todo tipo de ilusiones! Podríamos postular a ser el Hollywood de las pequeñas utopías políticas, todo con el gentil auspicio de Angloamerican y Tobacco and Friends... Ya po' Tromben no te pongai tan amargo, escoba.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Jajaja... Voy a empezar a escribir puros post optimistas y cosmpolitas sorbe el futuro del hidrógeno y el abaratamiento de la energía...

      Eliminar