martes, 5 de octubre de 2010

Conflicto Mapuche y Dilema del Prisionero

En teoría de juegos, se habla de dilema del prisionero cuando dos partes deben optar entre cooperar o privilegiar sus propios intereses. La cooperación da más beneficios, pero implica más riesgos, el egoísmo rinde menos pero parece más seguro.

Hasta el momento, los ríos de tinta que han corrido respecto del conflicto se concentran en lo emocional. El despojo del pueblo mapuche (documentado por la historia, los medios alternativos y las redes sociales) y los daños sufridos por terratenientes y empresas forestales (difundido por la prensa mainstream).

Nadie, que yo sepa (ni siquiera esa analista preclara que es Tere Marinovic), ha aplicado un análisis de teoría de juegos. Lo más cercano es el trabajo de la cineasta María Teresa Larraín en su magnífico documental El Juicio a Pascual Pichún (Chile-Canadá, 2007). Magnífico por su sobriedad, su renuncia a toda estridencia y su compromiso con la deontología de la profesión. Todas las partes involucradas tienen voz: Pascual, comunero mapuche; el terrateniente Juan Agustín Figueroa, y sus respectivas familias. La realizadora encuadra, reúne las piezas, entrega algún contexto y deja al espectador formarse un juicio.

Conocido político, abogado radical y masón, Figueroa reconoce haber recibido una propuesta para compartir el recurso escaso de la zona (tierra), a lo cual “no podía acceder”. Los hermanos Pichún son acusados de recurrir a la violencia para revertir esta situación.

La directora registra el juicio a través de toda la gama de expresiones faciales de las partes y la retórica legal de los abogados. ¿Terrorismo o inquisición? ¿Racismo institucionalizado o Estado de derecho? Los acusados (y el juez) escuchan en silencio el despliegue argumentativo de la fiscalía y de los defensores. Ganan los segundos, pero Figueroa, hombre con llegada a las altas esferas del poder judicial, termina imponiendo sus intereses y enviando al comunero a la cárcel.

¿Gana la familia Figueroa imponiéndose a sus vecinos mediante el poder del Estado, al que tienen un acceso expeditivo? ¿Ganan los mapuches atacando su propiedad y su familia (en el entendido de que sean los autores del ataque)? La llave de la cooperación la tiene Figueroa, pero una llamada telefónica a los ministros de la Corte Suprema le resulta claramente más barata (en el corto plazo, al menos) que sentarse a conversar con sus vecinos.

En este dilema del prisionero el recurso escaso es la tierra, y las 1.800 hectáreas del caudillo radical se ubican en una zona donde la erosión se conjuga con el cultivo del pino radiata por grandes consorcios forestales. Los relatos fundacionales de terratenientes y comuneros operan como espejos que se clausuran, de manera no muy distinta (aunque felizmente menos visceral) que en el Medio Oriente: nosotros llegamos primero, la trabajamos con nuestras manos.
Ni Figueroa ni los comuneros se sienten con la libertad de dejar la tierra, antes verla arruinada que en poder del otro.

Algunos rudimentos de una posible respuesta al dilema estarían en la obra de Elinor Ostrom, cientista política estadounidense y primera mujer en ganar el Premio Nóbel de Economía (de hecho, el primer no-economista en hacerlo). Ostrom se basó en los trabajos de Robert Axelrod (The Emergente of Cooperation among Egoists) y Garret Hardin, para proponer una teoría sobre el uso de los bienes comunes y las instituciones de acción colectiva. Su ambición era proponer una alternativa a los defensores del Estado o de la Privatización para resolver los problemas vinculados a utilización de recursos de uso común, como el agua o la tierra, mediante contratos vinculantes que permitan repartir equitativamente los costos y beneficios.

La ventana de Ostrom, que supera tanto el nihilismo anarquista como el pesimismo liberal, parece plasmarse al final del documental de Larraín. Sobre fondo negro se explica que Aída, hermana de Juan Agustín Figueroa, ha decidido separar aguas de su hermano y trabajar con los comuneros. Eso fue en 2007. Habrá que ver en qué están ahora.


3 comentarios:

  1. Abuso, ambición, intolerancia, egoísmo... y la justicia que trabaja para el más fuerte/adinerado. Todo mal, así no es posible hablar de "progreso".

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  2. todos pierden, igual que el Cercano Oriente. Por un lado, mapuches se dejan llevar por el vértigo de una utopía étnica que ansía terminar en un Estado; por otro, Figueroa se aferra a la utopía de un derecho de propiedad incondicionado, absoluto, cuando la historia nos enseña que la propiedad es una institución frágil, hipotecada a unas carencias sociales que, si crecen en demasía, vuelven absurdo el derecho de propiedad. En este caso, tiene sentido la solidaridad, pues ambas partes están perdidas en el largo plazo.

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  3. mierdaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

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