jueves, 17 de marzo de 2011

Origami para Japon

Es difícil pensar en una acción más estéril que enviar donaciones a Japón. El Estado, las compañías y los fondos de pensión japoneses tienen US$ 300 mil millones en bonos del tesoro estadounidense, US$ 30.000 millones en títulos de deuda pública brasileña y un largo etcétera de activos financieros en las principales plazas bursátiles del mundo.

Cada jubilado japonés, ese hombre de 65 años que fue rescatado flotando sobre el techo de su casa, a 15 km. de la costa, esas ancianitas refugiadas en un gimnasio, ateridas en torno a una estufa Toitomi mientras la nieve cae sobre Sendai, están sentadas sobre montañas de dinero. Lo que necesitan es afecto. Un afecto que el Estado japonés no está en condiciones de entregarles. De hecho, el Estado japonés es hoy tan impotente en distribuir dinero como Haití, un país total y absolutamente carente en recursos, infraestructura y capital, hace poco más de un año.

¿Qué podrán de tener en común el tercer país más rico del mundo con el más pobre del hemisferio occidental? ¿Qué tienen en común con Chile, nación de ingreso medio, inserta en la economía mundial, que ante una catástrofe semejante se quedó sin telefonía, sin sistemas públicos capaces de socorrer (no ya de informar oportunamente) a su población? ¿Qué tienen en común con el Estado federal estadounidense, capaz de enviar tropas a cualquier parte del mundo, pero totalmente impotente frente al huracán que pulverizó la ciudad de Nueva Orleans?

Los libertarios de derecha e izquierda deben estar haciéndose su agosto: los estados pobres y ricos, en el momento crítico, arrugan. Y vale la pregunta preguntarse por qué.

¿Es el reflejo automáticamente cauteloso del burócrata, incapaz de tomar riesgos? ¿El desfase entre los legalismos decimonónicos del Estado y la velocidad que le han imprimido a la percepción individual y colectiva las redes celulares e Internet? El ejército japonés se ha desplegado con eficiencia en las zonas afectadas, los periodistas han llegado con sus cámaras, ¿pero dónde están los sociólogos, los asistentes sociales, los sicólogos de los sistemas públicos? En cualquier parte, el Estado es un sistema impersonal y jerárquico; lo administran sujetos esclavizados por las expectativas racionales, que toman decisiones en función de lecturas de corto plazo, electorales y financiero-presupuestarias. Disponer de sistemas de apoyo emocional y afectivo a la población siniestrada no forma parte de su ADN. Que cada cual se las rasque con sus propias uñas, que los propios ciudadanos compartan el combustible y los alimentos y se den apoyo, o se roben y desconfíen unos a otros como ocurrió en Chile el último fin de semana de febrero de 2010. Porque allí donde el Estado ha desaparecido se pueden dar estos dos escenarios: la ausencia total de vínculos intersubjetivos, o su presencia majestuosa, la ley de la selva o la autogestión, la depredación o la solidaridad. Ambas ponen en entredicho al Estado mismo.

Si me apuran, diría que el Estado va a sufrir en los próximos años su mayor test de resistencia desde la Segunda Guerra Mundial. Frente a la crisis financiera, los países ricos corrieron a socorrer a los bancos y hoy le pasan la cuenta al ciudadano. Ahora recortan beneficios, sueldos y puestos de trabajo, sin tocar los beneficios de los grandes banqueros (ni los presupuestos de defensa). El costo de legitimidad está por verse: populismos y extremismos ya incubados. Si creemos a ciertos científicos que las mareas subirán, que algunos sistemas urbanos son inviables, que los sistemas previsionales colapsarán con tanto anciano, cabe preguntarse qué futuro le espera al Estado. Qué planes tiene frente a una gran tormenta solar, un meteorito lo suficientemente grande como para borrar un continente o un nuevo terremoto en San Francisco.

Pero volviendo a la tragedia japonesa. Insisto en que esos ancianos que han perdido todo, que pasaron hambre durante la Segunda Guerra Mundial y creyeron durante más de medio siglo que su Estado los protegería a todo evento, no necesitan donaciones en dinero, frazadas o alimentos. Necesitan el afecto que no les da el Estado. Necesitan, como pide mi amiga María José Ferrada, que les enviemos grullas de origami, flores, ikebana, dibujos, cosas hechas con nuestras manos, objetos que recogen nuestras percepciones frente al misterio, lo que no cabe en palabras, lo que la política y el Estado abandonaron hace rato.

3 comentarios:

  1. "Libertarios de izquierda o derecha..." Hace cinco años me declaraba libertario, ahora añoro el Estado, a Don Pedro Aguirre Cerda, al cucharón radical y las quintas de recreo... Qué ingenuos fuimos!!! La verdad es que el Estado es la creación más relevante de la humanidad en los últimos 10 mil años, además está plenamente vigente porque desde esa época tenemos los mismos atavismos... Gobernar es educar, ni Hegel lo hubiese dicho mejor.

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  2. Tendremos entonces que lamentar los discursos liberales que vaciaron al Estado de todo sentido... o las practicas socialistas reales que sirvieron de espejo deformado de lo que un Estado no debe hacer?

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  3. Qué bonito y gran mensaje, maestro

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