Imaginémonos un arquero que jamás ataja goles, pero que viste una camiseta vistosa, posa para los fotógrafos y firma autógrafos para la galería, con su prestigio intacto. ¿Cómo explicar esta paradoja? Es lo que sucede con las clasificadoras de riesgo. Trátese e países enteros (Grecia), sectores económicos (inmobiliario EE.UU) o de simples empresas de la periferia económica mundial (La Polar), en contadísimas ocasiones han sido capaces de una linda atajada que sostenga la fe pública en los emisores de deuda o títulos accionarios.
La Polar no tendrá el calado para poner en jaque el sistema previsional chileno. En las carteras consolidadas de las administradoras, la cadena comercial no es ni el 1%. Pero escándalo sí supone un fuerte golpe a su credibilidad. Para su interpretación legal, léase la columna siguiente por P. Tromben.
Como Enron, es un caso de contabilidad creativa. La gerencia pensó haber encontrado la piedra filosofal para transformar sus metales innobles en oro. A los morosos se les renegociaba unilateralmente, aumentando sus deudas y maquillándolas de manera de inflar el activo y reducir las provisiones. Ingeniería contable para lograr un aumento de capital en términos beneficiosos. Hubiera funcionado en 1997, cuando los consumidores eran corderos para el sacrificio, pero en 2011 era jugar con fuego.
Por alguna razón los guardianes del sistema actúan a veces como sus más feroces enemigos. El anarquista despistado, el vegano recalcitrante, el ambientalista radical son meras piedras en el zapato al lado del poder devastador del alto funcionario infectado con “el virus del agente”. La pregunta ahora es si existen otras carteras viciadas en el retail, o si La Polar es, siguiendo el ejemplo de Enron, el anticipo de una crisis de mayor envergadura. Los mercados financieros, a pesar de su supuesta reacionalidad, llevan algo así como trescientos años levantando utopías que tarde o temprano se desmoronan.
Cabe preguntarse también si el gobierno chileno, a diferencia del de George W. Bush, está sintonizado con salvar al sistema de su enemigo interior y pagar los costos de corto plazo. Los políticos rara vez lo hacen, y para probarlo vale este singular relato de la burbuja inmobiliaria española.
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