jueves, 22 de septiembre de 2011

¡Necesitamos a House!




Imagine usted un economista como Dr. House. Irónico hasta la crueldad, obsesivo y contraintuitivo, capaz de encontrar el diagnóstico correcto a pesar de los síntomas más contradictorios de un paciente terminal como la economía capitalista-financiera de hoy. Ahora imagine usted a ese economista en el FMI, la Reserva Federal o el Banco Central Europeo. Imagínelo mal afeitado y peor vestido en las reuniones de la plana mayor, desarmando con la armas ya descritas a los santones de la ortodoxia monetarista, los cortesanos de la política mundial como Madame Lagarde. Monsieur Trichet y Mr. Bernanke.

Sería de gran ayuda contar con un sujeto así. Porque en esta anunciada W recesiva hay dos lecturas contradictorias. La que dice que la desregulación financiera creó un sistema hipertrofiado de apostadores sin mesura, una economía de casino totalmente desligada de la realidad, que enriqueció a unos pocos y cuyos excesos hoy pagamos todos. Otra, más cínica en su origen y coreada por decenas de inocentes palomas que aún creen en el Conejo de Pascua, dice que es culpa del gasto fiscal y que la solución es austeridad, menos impuestos y más apertura comercial.

Cada una de estas visiones tiene su corpus epistemológico y su soporte estadístico para clamar asidero en la realidad. Pero nuestro hipotético House de la economía no se come las explicaciones teológicas. Sabe que en ciencias sociales la religión es veneno. Será intransigente en exigir que se les ponga un bozal a los fundamentalistas y a los apostadores. Y será implacable en atacar los problemas medulares de la economía en el largo plazo: la curva demográfica, la crisis del agua y de los alimentos, la dependencia de los combustibles fósiles.

Ahora, sí no encontramos a Dr. House pronto, la convalencia de este sistema moribundo quedará en manos de otro tipo de personajes. ¿Nurse Jackie, por ejemplo?

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