lunes, 10 de mayo de 2010
La Tercera Vía ha Muerto
En la madrugada del jueves murió el último proyecto político interesante de la socialdemocracia. Uno de sus artífices teóricos, el sociólogo Anthony Giddens, lo definió como una Tercera Vía que intentaba reparar las solidaridades dañadas por el neoliberalismo, reconocer la centralidad de la política, abrazar una democracia del diálogo, repensar el Estado de Bienestar y hacer frente a la violencia social.
El nuevo laborismo apelaba a las clases medias, los nuevos profesionales de la economía simbólica y de los servicios. Al mismo tiempo buscaba alejarse de los discursos de la clase trabajadora industrial que lo habían visto nacer. Funcionó fantástico mientras las burbujas financieras le daban fuelle. El nuevo laborismo cobraba los impuestos y los redistribuía a los actores sociales en forma de subsidios al emprendimiento. Pero llegó la guerra del Irak, que destruyó la cohesión interna del partido, y la crisis bursátil que trajo de vuelta el fantasma de los ciclos económicos.
El Nuevo Laborismo se ha hundido, sin embargo, con dignidad en las urnas y con el pintoresquismo propio de uno de los sistemas electorales más antiguos y bizarros del mundo. No solo es un país sin constitución escrita, una potencia del primer mundo donde conviven el derecho medieval y el moderno. El sistema electoral, sus ritos y sus procedimientos, tiene más que ver con una comedia de Monty Python o de Mr. Bean que con el (valga la contradicción) puritanismo político continental francés, del que somos herederos en Chile y gran parte del mundo.
En rigor no es una elección nacional sino local. En la papeleta no se vota por un primer ministro sino por un parlamentario que deberá contribuir a la formación de un gobierno nacional. Ningún británico votó nunca por Thatcher, Churchill o Blair, solo aquellos que votaban en los distritos donde estos se presentaban como candidatos.
Se vota en día laboral, los pubs siguen abiertos (de hecho algunos son local de votación) y, una vez que se dan los resultados, los candidatos concurren al centro de votación y reciben el resultado del apoderado de distrito arriba de un escenario. Parece un concurso escolar donde el rector da como ganador al más mateo.
Pero, ojo, que junto a los candidatos “serios” (laboristas, conservadores o lib-dems) también están presentes los freakies. Gordon Brown figuraba renovando su mandato como diputado (y perdiendo el de Primer Ministro) en compañía de un pelado de dos metros, con lentes oscuros y el puño izquierdo en alto; un gordita en muletas; un señor con una cotona de tránsito y un cartelito ilegible en el pecho. A Cameron lo acompañan un viejito vestido de bombero, pero entero de blanco y con una corbata de humita amarilla, y un tipo disfrazado de Jesucristo, con corona de espinas y lágrimas de sangre.
El candidato ganador de la circunscripción da un breve discurso, que suele ser de contenido local. La Amistad, la Justicia, la Democracia, etc. Y luego viaja a Londres para negociar… Dicen que el secretario personal de la reina siempre llama a alguna hora para enterarse cómo va cosa. Al final es ella la que pone la cara en los billetes (aunque no pague impuestos…), la que estira su mano para que se la bese el ungido por las urnas.
En la oposición al Nuevo Laborismo le espera un escenario no muy distinto al de la Concertación. Se movió hacia el centro por un diagnóstico táctico e histórico. Está alejado de sus raíces, pactó con el Diablo para ganar el cielo y ahora está en el purgatorio, sin una narrativa que haga un mínimo sentido en estos tiempos de caos financiero y ambiental. Como Frei, Brown planteó una campaña más anti-derechista que propositiva. Su slogan era "Move Away, Posh Boy": Hazte a un lado, niño cuico..."
Revivir la lucha de clases en el 2010... El resultado salta a la vista.
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El progresismo posmo-británico le quitó el poto a la jeringa a un problema trágico: sus valores universalistas/cosmopolistas lo llevaban a ser tolerante con la inmigración, mientras sus antiguos clientes, los obreros británicos, veían como sus salarios se deterioraban ante la competencia de indios, africanos y árabes dispuestos a trabajar por menos. El problema era insalvable, si se quiere proteger al trabajador nacional, mejor no importar inmigrantes, pues hacerlo es relativizar los derechos de los obreros británicos, atarlos a su productividad comparada respecto de trabajadores tercermundistas. En el fondo, abrir fronteras a personas es una medida bien inspirada, humana, pero que va en la misma lógica del capitalismo financiero que no desea fronteras para ningún "recurso". El asunto es duro, pues liga al progresismo, casi necesariamente, con la vieja idea de nación relativamente cerrada y esto no es sexy en el siglo XXI. Es extraño, pero debiésemos terminar viendo las alambradas entre EE.UU. y México como una medida "progre" ¿estoy muy perdido?
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