viernes, 5 de agosto de 2011

La Comuna




Desde mi ventana vi como una turba se tomaba la esquina clave de la capital y bloqueaba el tránsito. Vi también como el carro policial huía después de arrojar una bomba lacrimógena. Tres veces intentó la policía retomar la esquina, y tres veces los manifestantes regresaron hasta que finalmente el autoridad desistió. Para los consumidores de noticias televisivas comenzó entonces un proceso extraño, porque muchos (entre ellos yo) comenzaron a moverse a ambos lados de la pantalla.

Al bajar después de que las lacrimógenas se disiparon pude comprobar que la calle no estaba tomada por el lumpen ni jóvenes drogadictos, sino por mis propios vecinos: jóvenes profesionales, diseñadores, artistas visuales, profesores universitarios, cocineros de restaurantes caros. Algunas parejas homosexuales observaban el espectáculo con ternura y los perros, infaltables en cada acto político chileno, movían la cola al ritmo de las cacerolas que se tomaron el barrio.

Lo que se vio anoche en varias comunas de Santiago y de Chile está más cerca de los indignados españoles y egipcios. Algo que arrastra a personas moderadas y para nada marginales a mostrar su rechazo al sistema político y económico vigente. Porque es un hecho que ya pocos pueden ocultar: Chile vive la mayor crisis política desde el retorno a la democracia. Una crisis postmoderna en cuanto no la lideran partidos políticos ni la financian potencias extranjeras.

Max Weber distinguía entre la ética de los resultados y la ética de los fines últimos. La ética de los resultados es pragmática y dispuesta a obtener resultados mediante negociación. Los chilenos le dieron el beneficio de la duda a esta última durante veinte años. Venían de un periodo traumático y todo lo que oliera a conflicto los asustaba. De ahí que dejaron a las cúpulas políticas y empresariales negociando a puerta cerrada la estabilidad jurídica para el capital, o la entrega más que generosa de los recursos naturales a la explotación privada extranjera. Total, se consumía a crédito, los conflictos sectoriales se resolvían mediante llamados telefónicos y, con el tiempo, se creó un sistema de protección social “pobre pero honrado”.

Pero el sistema no estaba preparado para envejecer. Su gran prueba de estrés, la alternancia, resultó catastrófica: sin la capacidad de hacer arbitraje de conflictos a través de operadores políticos, sin un gran relato histórico e ingenuamente convencido de poder traducir gestión empresarial en políticas públicas, el gobierno ha logrado romper records de impopularidad. Pero es el sistema entero, oposición incluida, el que ha perdido legitimidad a una velocidad asombrosa: imposible repetir los acuerdos cupulares de antaño y aplicar la ética de resultados. Los estudiantes impusieron otra, la de los resultados ulteriores, la ética que no hace concesiones: educación pública de calidad y fin del lucro. Eso les permite subir su apuesta y dejar a la autoridad en el callejón sin salida que hoy se encuentra.

Los cacerolazos de anoche parecían transformar en ritmo la lista de agravios de cada sujeto: contra la casa comercial, contra el operador de celulares, el sistema de transporte, de salud y de educación. Los chilenos se han saturado de indicadores que los sindican como campeones mundiales de todo lo que hace una sociedad infeliz: el país más desigual, el país con la educación más cara, el país con más cesáreas, etc. Al tomare calles y esquinas anoche se formó una comuna: algo muy, pero muy novedoso.

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